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TEXTOS DE EXAMEN-1

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Siempre me sorprenden esas  personas que demuestran un acendrado amor a los animales, sobre todo hacia los perros, y una indiferencia absoluta cuando no desprecio u odio hacia  sus semejantes del género humano. Una  esperaría que  quien es cariñoso, compasivo y cuidadoso con su perro, con los perros ajenos, e incluso con los perros perdidos y  vagabundos, lo fuera también con su mujer, sus amigos, sus vecinos y  los desgraciados   congéneres con quienes se cruza. Pero no siempre es así  sino que muchas veces la misma persona capaz de enfrentarse a alguien   o de ponerse en peligro para defender un perro, una gaviota, o una ballena, no mueve un dedo, por ejemplo, para defender a una mujer a quien su pareja está dando una paliza de muerte, o para impedir un robo, o, sencillamente, para sostener la puerta que va a darle en las narices al que viene detrás. Como ejemplo de esta conducta les recuerdo que hace unos años en Inglaterra veintisiete personas vieron a dos niños maltratando a un tercero más pequeño, al que  finalmente acabaron matando  . Nadie intervino para evitar el daño, pero ese mismo día hubo en la ciudad un montón de denuncias por malos tratos a animales.

Un día oí comentar a un hombre mayor que su perro era el que más se alegraba cuando él  entraba en su casa. Obviamente no vivía solo  , pero parece que echaba de menos  en su relación con la familia un afecto que sólo encontraba en el animal.

MARINA MAYORAL, El Semanal, 25 de octubre de 1998.

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Que me los presenten. Que  me presenten a esos 7.000 madrileños que abandonaron a sus perros para irse con toda tranquilidad de vacaciones. Que me presenten a esos 7.000 energúmenos capaces de dejar atrás, con impavidez espeluznante  y una pachorra inmensa, los hocicos temblorosos y las miradas dolientes de sus animales.

¿Cómo lo harán? ¿Apearán al perro en mitad de un campo solitario y huirán después a todo rugir de coche, con el pobre bicho galopando espantado detrás del guardabarros hasta que su aliento ya no dé para más? ¿O quizá   lo llevarán a algún barrio lejano y escaparán aprovechando algún  descuido, un amistoso encuentro con otros perros o un goloso olfatear de algún alcorque? No les importa que luego  el animal, al descubrirse solo, repase una vez y otra, con zozobra creciente y morro en tierra, la borrosa huella de sus dueños, intentando encontrar inútilmente el rastro hacia el único mundo que conoce. Son 7.000 sólo en Madrid: el censo estatal de malas bestias puede aumentar  bastante.

Que me presenten a esos tipos que tuvieron el cuajo de tumbarse con la barriga al sol en una playa, plácidos y satisfechos tras haber condenado  a sus perros, en el mejor de los casos, al exterminio en la perrera, y, más probablemente, a una atroz y lenta agonía en cualquier  cuneta, con el cuerpo roto tras un atropello. O a servir de cobaya en un laboratorio, o a morir en las peleas de perros, espeluznantes carnicerías que, aunque ilegales, parecen estar en pleno auge como juego de apuestas. Que me  presenten a esos seres de conciencia de piedra. Quiero saber quiénes  son, porque  me asustan: si han cometido un acto tan miserable e inhumano, ¿cómo no esperar de ellos todo tipo de traiciones y barbaries? Probablemente pululan por la vida disfrazados de gente corriente: es una pena que las canalladas no dejen impresa una marca indeleble.

ROSA MONTERO, El País, 16 de junio de 1998

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No sé cómo le va a Justine Sacco cuando busca un nuevo trabajo, pero al googlearla sigue apareciendo  que en 2013 tuiteó “Me voy a África. Espero no coger el sida. Es broma. ¡Soy blanca!”. El suyo fue uno de los primeros grandes linchamientos virtuales .

El humor y la ironía son escurridizos cuando escribimos en redes sociales, de ahí la edad de oro del jajaja y los emojis como eximentes. Un chiste que  se te va de las manos puede llevarte a juicio (en juzgados o en Twitter, a cual peor).

Si en el WhatsApp de los amigos nos comportamos de una forma y en Linkedin, de otra, es porque compartir en redes nos   define. Percibo con frecuencia que olvidamos nuestras huellas virtuales. Aquella vez que reímos en abierto sobre algo  políticamente incorrecto —son tantas cosas, hoy— o cuando lanzamos una burrada o una afilada pullita porque, total, se sobrentiende.

A Cassandra Vera (21 años) la han condenado por 13 tuits con chistes viejísimos sobre Carrero Blanco. Hay quien, como Beatriz Talegón o la cuenta oficial del PP de la Comunidad de Madrid, se han dedicado estos días a rastrear su pasado, rescatando tuits incluso de cuando tenía 15 años.

Aunque envidio a los nativos digitales porque me hubiera flipado tener Internet para ver el mundo desde mi habitación, en lugar de hacerlo desde una desfasada   Espasa , estoy inmensamente   agradecida de ser la última generación que pasó por el instituto sin Internet en el móvil y sin redes sociales. No sabría por dónde  empezar a borrar.

                                                                             LUCÍA GONZÁLEZ, El País, 5 de abril de 2017

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